domingo, 20 de noviembre de 2016

Zona sombría (Yara IV)

Si aún no conoces el principio de la historia, puedes hacerlo aquí




El paso de Kaluk era poco menos que un angosto desfiladero situado al norte de la larga cordillera que actuaba casi como una frontera natural entre Olut y Vlinder. Sus altas y rugosas paredes de piedra grisácea aparecían casi como una continuación del cielo plomizo que amenazaba con descargar sobre sus cabezas en ese momento. Yara se mordió el labio mientras observaba con ojo crítico el sendero de tierra por el que avanzaba Mýa, su ihashi; similares a los caballos corrientes, estos habían evolucionado hacía miles de años hacia una rama filogenética con cuatro ojos en vez de dos, pezuñas hendidas y pelaje rayado o moteado, según el caso. Sus primos salvajes o ihaushe poseían atributos más similares al ambiente donde vivían, con tonalidades corporales entre los marrones, los verdes y los amarillos. Pero en el caso de la montura de la joven, procedente de la rama domesticada, se trataba de una joven hembra de cuatro años de piel rojiza oscura, como el tono de un buen vino tinto, salpicada de trazos blancos y plateados. Sus crines y el borlón de la cola eran de este último color. Sus pupilas brillaban en cuatro orbes de un tono fucsia oscuro que giraban nerviosamente en todas direcciones.
Cuando Yara notó que el animal caracoleaba ligeramente nervioso, dio un suave tirón a la rienda.
Kâ, Mýa. Kâ…
Fadir, que cabalgaba a su lado en un ejemplar de color azul marino, miró en su dirección pero no dijo nada. Yara mantuvo la vista al frente como si no se diese por aludida. Aquella misión era muy peligrosa y se desarrollaba en uno de los peores terrenos posibles, todos lo sabían; pero la muchacha solo rezaba porque todo saliese bien.
Cuando rodearon un risco en forma de oso, sin embargo, Yara ordenó detenerse a su pequeña comitiva alzando la mano derecha junto a su cabeza. Los ihashi se detuvieron en silencio a la mínima orden de sus jinetes, los cuales miraban a su alrededor con desconfianza.
–Este es el lugar –susurró Yara a Fadir y a Poru, su coronel más cercano, un hombre rubio de barba rizada y corta pero cabello largo hasta mitad de la espalda recogido con varios anillos de hierro–. Mantened posiciones hasta que aparezcan.
Mientras hablaba, hizo un discreto gesto con los dedos hacia Poru, que él le devolvió mientras se tocaba el penacho de plumas de basilisco con tres dedos. Ante cualquier vigilante, aquel movimiento hubiese resultado de lo más casual. Acto seguido, Yara miró ligeramente hacia las paredes que la rodeaban. Todo estaba en silencio, e incluso las entradas a las minas que salpicaban ambas laderas rocosas parecían desiertas.  La joven apretó los labios. Habían buscado una zona neutral, el único reducto donde la paz aún imperaba entre los dos reinos por acuerdo tácito entre sus gobernantes; cada uno necesitaba el mineral para sus propios fines…
Pero había uno en concreto que ambos bandos ansiaban monopolizar con saña: el zelke. Una sustancia destinada a potenciar el daño de los proyectiles de armas de fuego. Yara hizo una mueca disgustada al pensar en ello: la propagación y popularización de las armas de fuego desde comienzos de la última centuria había obligado a todos los ejércitos a modernizarse, incluido al de Vlinder, que defendía la honorabilidad de mirar a los ojos al enemigo caído por tu misma mano. Todo aquel asunto había provocado acalorados debates durante décadas hasta que, finalmente, se había optado por permitir su uso bélico, pero no civil.
Los naraith, por otra parte, seguían considerando deshonroso llevar o utilizar ese tipo de instrumentos. Y Yara pretendía mantener esa promesa hasta su muerte.
El sonido de cascos unos metros más allá, tras un recodo montañoso, hizo ponerse en guardia a la pequeña comitiva vlinderi. Los olutienses habían llegado. A la cabeza de los mismos se erguía una figura militar vestida de color oscuro: un hombre de tez morena y cabellera oscura suelta hasta los hombros. Su barbilla estaba adornada por una pequeña perilla terminada en punta. Cuando llegaron a escasos cinco metros de distancia de los vlinderis, se detuvieron.
–Saludos, general –pronunció el olutiense con educación.
–Saludos –respondió Yara–. Como sabréis, esto es un encuentro neutral para discutir la situación de esta región –el otro asintió-. Bien, queremos que vuestros mineros dejen de hostigar a los nuestros. Nos han llegado noticias de que desaparecen cargamentos de zelke periódicamente de nuestros arsenales y que a veces incluso lo hacen acompañados de algunos de nuestros obreros –Mýa se revolvió bajo su cuerpo y la general procuró mantener la compostura. A ella también había algo que no le gustaba de todo aquello. Los olutienses parecían demasiado… ¿tranquilos?–. Exigimos inmediatamente su devolución.
Su interlocutor intercambió una mirada cómplice con sus acompañantes, lo que hizo que el vello de Yara se pusiera aún más de punta. Algo no iba como debiera…
–¿Y no os habéis parado a pensar, mi señora –pronunció–, que quizá esos obreros prefieran la hospitalidad y los lujos que les ofrece Olut, en vez de la rectitud de vuestras normas?
La muchacha rubia apretó los puños en torno a las riendas pero procuró mantener la compostura ante el insulto.
–Lo cierto es que me sorprendería pero, si fuese así, me ocuparía de que no volviese a suceder –replicó, tajante.
Ante lo que el otro sonrió más ampliamente y dijo:
–Intentadlo, entonces.
Acto seguido hizo una seña por encima de su cabeza y, en un abrir y cerrar de ojos, una lluvia de flechas se cernió sobre la comitiva vlinderi. Yara y sus cuatro acompañantes apenas tuvieron tiempo de parapetarse tras unas rocas cercanas, aunque Mýa resultó herida en la grupa y provocó que Yara tuviese que saltar al suelo y rodar para ponerse a cubierto. Enseguida, el general enemigo ordenó detenerse a los arqueros y capturar a los ihashi por parte de los que estaban más cerca del suelo, pero en ese instante Poru hizo sonar el cuerno que llevaba a la cintura y una serie de figuras se dispersaron por las laderas, surgiendo de las bocas de las minas que aún quedaban dentro de los límites de Vlinder. Los primeros acordes de la rudimentaria artillería vlinderi empezaron a escucharse enseguida desde las lomas más elevadas, al tiempo que otros artilleros olutienses trataban de devolver la carga desde sus escondites.
La mayor batalla se estaba desarrollando en las paredes rocosas y los cuerpos de los vencidos comenzaban a caer alrededor de las dos embajadas. La de Olut, tratando de aprovechar el desorden reinante, procuró escapar y Yara ordenó a Fadir y a Poru que la acompañasen tras ellos, aunque fuesen a caballo y ellos tres a pie. Sin embargo, unos metros después, se escuchó un silbido, el caballo del general olutiense se encabritó y cayó al suelo, muerto al instante por un potente veneno procedente del dardo clavado en su cuello. El jinete dio con sus huesos en el suelo, pero al tratar de correr tras los otros dos jinetes, se dio cuenta de que sus monturas habían corrido la misma suerte y que varios encapuchados los retenían. Él, sin embargo, seguía libre. Y sabía que no tenía opciones frente a un naraith.
–General –pronunció Yara a un par de metros tras su espalda, al tiempo que desenvainaba su arma–. Solucionemos esto como personas de honor. Desenvainad.
Su enemigo miró a su alrededor, sopesando las alternativas mientras la batalla seguía atronando sobre su cabeza.
–¿Y si me niego? –preguntó, sabiendo el punto débil de los vlinderis. No le matarían sin luchar. No enseguida. Y eso le daría tiempo para pensar.
Yara mostró media sonrisa de suficiencia.
–Mi ejército acabará con el vuestro de todas formas –hizo un gesto hacia la parte superior de la montaña y él lo siguió con la mirada. En efecto, se veían más uniformes vlinderi que olutienses saltando por los riscos, mientras que la situación en el suelo o las rocas más próximas al mismo era la contraria-, pero quiero daros la opción de rendiros honorablemente, algo que no creo se os presente muy a menudo –la joven alzó la espada-. Si me derrotáis, habréis ganado esta batalla. ¿Qué decís?
Al general olutiense le brillaron los ojos y se incorporó sacando su espada.
–Acepto.
Los dos contrincantes tardaron poco en medirse mutuamente. Enseguida, el olutiense se lanzó hacia delante con una táctica impecable para tratar de atacar el flanco de Yara, pero esta se movió con la rapidez de una serpiente y esquivó el golpe, al tiempo que rasgaba ligeramente la tela que cubría el brazo de su oponente. Este gimió de dolor, pero no se amedrentó. Al menos hasta varias embestidas después, cuando notó que su ropa empezaba a caerse a jirones y ya tenía varios cortes poco profundos repartidos por el cuerpo: los brazos, las piernas. Siempre en zonas desprotegidas. Y en uno de los giros de la joven fue cuando vio el símbolo tatuado en la base de su cráneo.
–¿Cómo…? –quiso preguntarse, justo antes de que la muchacha volviese a esquivarlo. Esta vez, Yara le golpeó entre los omóplatos con la empuñadura de la espada y lo obligó a caer al suelo frente a ella. Cuando alzó su barbilla a punta de espada, el olutiense alzó las palmas de las manos-. Me rindo, maldita sea. Me rindo… -sabía que si lo hacía no moriría enseguida, pero no pudo evitar rezongar–. ¿Quién puede vencer a una naraith, maldita sea?
Yara, con su oído entrenado, lo escuchó.
–Quizá alguien pueda –respondió con tranquilidad–. Pero no sois vos, general…
–Algemene –rechinó el otro, alzando la vista para mirarla directamente–. Mi nombre es Algemene.
Los ojos de Yara se abrieron ligeramente a causa de la sorpresa. Aquel era uno de los generales más famosos de Olut, y tenía que reconocer que a pesar de todo su forma de luchar había sido digna de su reputación. Sin embargo, tenía que admitir no sin cierto orgullo que su afirmación era cierta: pocos fuera de los naraith podían derrotar a un naraith con la espada.
Sin embargo, el hecho de tener a Algemene delante marcaba una diferencia. Si bien era cierto que pretendía una victoria que devolviera el honor a la minería de Vlinder y su gente dejase de verse hostigada, aunque fuesen extractores de un mineral que alimentaba las armas que más aborrecía, capturar a un alto cargo de buena reputación del ejército de Olut le granjearía de nuevo algo que llevaba quitándole el sueño desde que salió de Anybel.
El reconocimiento de su padre.
Por ello, tras su rendición, ordenó subir a un sorprendido y maniatado Algemene a uno de los ihashi de carga que habían dejado próximos a la zona del encuentro para llevárselo al campamento, igual que sus dos acompañantes. Allí, tras informar a sus superiores, se decidiría el lugar de juicio y castigo o la posibilidad de negociación con Olut por su liberación.
–Buena estrategia, general –la felicitó el teniente Fadir mientras cabalgaban de vuelta.
Yara aceptó el cumplido con una inclinación de cabeza. Aunque no se sentía satisfecha de haber tenido que organizar una emboscada y cortar la retirada a sus enemigos, a pesar de que ellos hubiesen intentado algo similar, todo eso se diluía al pensar que, finalmente, todo había salido bien. Y cuando las nubes se abrieron sobre sus cabezas, dejando pasar la luz del sol, sonrió sin quererlo.

“Otro día luminoso para Vlinder”.


2 comentarios:

  1. Por fin algo de acción de verdad, aunque me ha sabido a poco. Yara parece ser un poco creída en combate, pero puede que sea porque pocos pueden vencer a un naraith.

    Un par de dudas "idiomáticas", ¿como se pronuncia "Vlinder"? ¿Y el nombre de la montura, "Mýa"?

    Ánimo con la historia :)

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    1. ¡Buenas! Habrá más acción futura, no te preocupes, y más intrigas. Vlinder se pronuncia tal cual, pero Mýa se pronunciaría con una "i" larga (Miia). ¡Gracias por comentar! :D

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